Después de un sueño reparador mientras desayunábamos hemos decidido parte de nuestro viaje de vuelta, hasta el momento inexistente. Para ahorrarnos otro palizón en coche por las pistas de autochoques croatas y gozar del adriático y de alguna de sus islas, el sábado cogeremos el ferry. Para empezar a materializar esta parte del viaje hemos ido a comprar los billetes en el puerto de Dubrovnik. Haremos noche en Korcula y volveremos a retomar el barco para llegar hasta Rijeka.
Cambiando de tercio, pasaré a relataros lo que hemos hecho hoy. Hemos decidido ir a visitar el joven estado de Montenegro, en concreto la villa de Kotor.
Antes de nada, para salir de Croacia hemos tenido que hacer una cola de una hora en la frontera. Para entrar en Montenegro hemos vuelto hacer otra durante un tiempo parejo. Total, dos horas perdidas.
Ya en Montenegro. Primero de todo, el impuesto revolucionario, 10 euros para poder circular por las carreteras de reciente construcción (si tomamos 1960 como referencia) llenas de baches y mancas de señalización. Segundo, lo hemos pagado en euros, la moneda oficial de Montenegro. Podrían también haber firmado el tratado de Schengen y así nos habríamos ahorrado la larga cola con el sol en su punto más álgido. Supongo que
Después de haber pasado el estricto control de la frontera, que aunque tengo la suerte de no haberla vivido, creo que es similar al de la guerra fría, hemos podido sumergirnos en Montenegro. Para ello hemos cogido un ferry y hemos llegado hasta la ciudad de Kotor. Francamente, una pasada. Una ciudad medieval donde se observa que han confluido un sinfín de culturas y con una espectacular muralla que va escalando a lo largo de una montaña prácticamente vertical.
Después, y para no romper con nuestro lifestyle de playeros de estos últimos días, hemos ido en busca de playas especiales. Lo espectacular ha sido que nos hemos bañado en algunas donde unos metros hacia el interior empiezan montañas muy altas creando una cordillera que abraza todo el litoral de la zona. La sensación es espectacular. Lo negativo es que las aguas, en todas las playas a las que hemos ido, si fueran catalogadas según los ítems que rigen a las catalanas, estarían a la altura de las próximas a la desembocadura del Besós. Asimismo, no existen playas de arena o de piedra como a las que estamos acostumbrados. Aquí se extienden por el litoral millones de metros cúbicos de hormigón que dan forma a plataformas para que los bañistas puedan tumbarse. En resumen, como una piscina, pero aquí el agua es salada.
Montenegro. Un lugar paisatgísticamente bello, con un litoral y unas aguas muy mejorables. Sin lugar a dudas su potencial turístico es muy grande. Sólo le falta invertir en infraestructuras, refinar un poco sus modales y bajar los precios para ser más competitivos en frente otras destinaciones muy superiores del Mediterráneo.
Al volver, hemos vuelto a coger el ferry y a hacer dos horas de cola en la frontera. Antes de llegar a Dubrovnik, hemos parado en Cavtat. Un pueblo romano con una playa estupenda donde hemos nadado con la puesta de sol y hemos cenado de fábula a un precio muy asequible.
Antes de ir al hotel, ya pasada la medianoche, hemos visitado el Stari Grad (casco antiguo) de Dubrovnik. Cuando hemos entrado por la puerta de Ploce para llegar al centro neurálgico hemos alucinado. En frente se extendía toda la calle Placa, la principal, con su majestuoso suelo de mármol blanco. A la derecha, el palacio Sponza, a la izquierda la iglesia de San Blas y
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