martes, 19 de agosto de 2008

Día 5 Trogir-Split-Dubrovnik

Al igual que nos pasó con Verona, antes de abandonar Trogir hemos querido deambular a primera hora de la mañana para poder disfrutar con mayor calma de sus estrechas calles. El paseo matutino lo hemos culminado con una visita al campanario de la catedral del pueblo, desde donde hemos podido gozar de una panorámica inolvidable del pueblo, sazonada a tres vientos con el azul del adriático.

A las diez de la mañana hemos abandonado el pueblo y nos hemos dirigido hacia la ciudad vecina, Split, la segunda más importante del país. Antes no hemos aparcado en las proximidades del palacio de Dióclides han transcurrido un par de horas desde que habíamos partido de Trogir. Finalmente, hemos empezado a visitar las bulliciosas calles de la zona. A pesar de ello, y del intenso calor del mediodía, hemos quedado maravillados. Calles laberínticas, rincones con encanto, cultura, historia,…todo. Por desgracia no hemos podido extender nuestra visita más allá de una hora, pero nos hemos ido de la ciudad con un grato sabor de boca.




Hemos vuelto a tomar la bala gris, esta vez para dirigirnos hacia la perla del Adriático, Dubrovnik. La autopista que nos había acompañado desde Girona se ha convertido en una carretera serpentina, y monocarril por sentido, hasta nuestro destino. La verdad es que he quedado impresionado del temerario estilo de conducción de los croatas: adelantamientos en continua, velocidades ultrasónicas e incluso hemos sido depasados por un energúmeno en su automóvil mientras hacíamos una cola que se ha extendido durante kilómetros. La consecuencia ha sido menor, pero su retrovisor ha impactado con el de la bala gris.

Antes de llegar a Dubrovnik hemos parado a comer a Makarska donde hemos tomado un baño. Una veintena de kilómetros antes de nuestro destino hemos vuelto a detenernos en una playa pérdida; tan recóndita que no hemos sabido ni encontrar su nombre. Un par de casas de marineros con sus botes delante de ellas terminaban de dar forma a la postal.

Mientras oscurecía hemos llegado a Dubrovnik y hemos empezado a intuir la belleza de la ciudad. Hemos caído rendidos en la cama y, muy a pesar de nuestras ganas, hemos dejado la visita para mañana.

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