lunes, 11 de agosto de 2008

Día 1 - Verona

Nos hemos quedado dormidos y en lugar de despertarnos a las 05:30 lo hemos hecho a las 9:00. Con las prisas hemos hecho la maleta, hemos desayunado un fruco y bollería industrial y hemos cogido el coche para dirigirnos hacia Verona. El primer tramo, hasta la frontera italiana, ha ido acompañado de mucho tráfico, pero también de mucho glamour, el glamour de la Côte d’Azur, que se concentra en Cannes, Saint Tropez y como no, Mónaco.

Resulta muy curioso el contraste de la zona de los Alps Maritimes. Dirección Italia, al este el mar reluce su esplendor, y al oeste los Alpes se niegan a morir y presentan montañas imponentes, a pesar de la proximidad que hay con la costa. El desnivel en cuestión de pocos kilómetros es impresionante.

Al entrar en Italia hemos quedado impresionados de su belleza. Hemos decidido que a la vuelta pararemos en algún punto entre San Remo y Génova. Los pueblos costeros de la zona son muy bonitos, lo único que distorsiona el paisaje son los techos de Uralita de cientos de invernaderos concentrados en la entrada del país transalpino.

Hasta Génova la autopista está llena de curvas y de tráfico. Una vez hemos tomado la bifurcación que nos llevaría al noreste del país las cosas han cambiado. A pesar de los muchos kilómetros que nos quedaban por delante el viaje ha sido rápido; buenas carreteras y pocos coches.

Hemos cruzado parte de Liguría, Lombardía, y del Piamonte. Finalmente a media tarde hemos llegado a Verona. En algunas ocasiones he pensado que la UNESCO frivoliza a la hora de catalogar una ciudad como patrimonio de la humanidad. Con Verona, sin lugar a duda, no lo ha hecho. Hemos quedado maravillados con esta ciudad.

Hemos subido por la vía Capello para ver el balcón de Romeo y Julieta. Por aquí han pasado cientos de miles de personas, algunos muy enamorados y otros no tanto, pero la mayoría han dejado un mensaje en una de las dos paredes de la entrada. El efecto visual es increíble, aquí os adjunto una foto.



Más arriba llegamos a la Piazza Erbe y a la Piazza del Signore. Impresionante. En un espacio reducido está todo: encanto, cultura, arquitectura, historia, …

Tumbamos a la izquierda para llegar a la Arena di Verona, uno de los mayores anfiteatros romanos del mundo. Para finalizar a lo grande el día asistimos a la representación de la ópera Rigoletto, con unas 5.000 personas más aproximadamente. Una experiencia inolvidable, incluso para una persona poco introducida en este mundo como puedo ser yo. El entorno, las estrellas, miles de velas encendidas en la noche, la brisa, la escenificación, el atrezzo, las voces, la increíble acústica del anfiteatro que no necesitaba de altavoces, la orquestra,… en fin, un montón de cosas, que cuando terminó el espectáculo nos obligaron a ponernos de pie, y como la mayoría de los asistentes, gritar al unísono: “Bravo, Bravísimo!!”.






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